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El 'gimnasio' de la Mixta en Sidi Ifni
Relatos - Relatos de la Mili |
Fuente: 24 Kilates
Cuando estamos rematando el primer cuarto del siglo XXI, es de lo más habitual ver a la gente joven (y no tan joven) acudir a los gimnasio de “pago” que proliferan por las ciudades, e incluso utilizando “aparatos” repartidos por los parques y jardines públicos, con el noble propósito de velar por su salud, quemando calorías, grasas, exceso de peso y dinero; a mayor abundamiento, se establece entre esos “deportistas” un fraternal compañerismo y una sana competencia respecto de la enervación de los músculos “dormidos”; entre esa pléyade de gimnastas y la que corre por las calles (aceras) a velocidad de crucero, en chándal o shorts, con los mismos fines (más barato, pero ignoramos si demasiado sano, dada la polución urbana) deben suplir la obligatoria gimnasia que se practicaba por los jóvenes que cumplían el servicio militar obligatorio, allá por el fenecido siglo XX, cuando España era una “dictadura” en la que la que de los árboles (en Alicante de las palmeras) “colgaban” diariamente a los obreros revoltosos para no gastar munición ni hacer ruido con los fastidiosos “fusilamientos”, que eran el pan nuestro de cada día con el que la Iglesia Católica, los Empresarios, los Terratenientes, la Falange y los Militares nos daban a comulgar a los niños de entonces, ahora ancianos octogenarios, que resulta que “lo que vimos, no es lo que vimos y vivimos, sino lo que la Izquierda dice que lo que vimos y vivimos es lo que dicen los partidos de la Izquierda (PSOE, IU, PODEMOS y SEPARATISTAS VARIOS)” ¡Cójanme esa mosca por el rabo, hagan el favor!
Tengo la mala costumbre (una entre muchas) de emular a Álvar Fáñez “el Mozo”, quien en la batalla de las Navas de Tolosa en 1233 “desapareció” sin que nadie pudiera dar razón de donde se hallaba y que cuando ya terminada la contienda y conquistada la ciudad de Úbeda a preguntas del Rey Fernando III el Santo contestó que se “había perdido por los cerros de Úbeda”, pues por esos cerros u otros parecidos (pero no tan bellos) se pierde el que esto escribe cuando quiere contar algo; el papel, que es muy sufrido lo aguanta impertérrito, afortunadamente.
Como bien saben los amigos que tienen la paciencia de leer estas historietas del pasado, hice el servicio militar en el Grupo de Policía “Ifni nº 1”, entre 1961 y 1962; el Campamento duró cuatro meses y a mí que después de la jura de bandera (14 de Mayo de 1961) que me habían seleccionado para un destino en la Mixta, me llamaban de allí para ir aprendiendo el trabajo que debería desarrollar en el futuro; era cuando no tenía servicio en el Campamento que continuó hasta el 18 de Julio (marchas, tiro, patrullas nocturnas, etc.)
En cierta ocasión (finales del mes de Junio) cuando pasé todo el día ayudando al cabo de la oficina de Autos preparando inventarios y documentación para entregar al sustituto del capitán Castilla que se iba con cuatro meses de permiso colonial, se hizo tremendamente tarde y el capitán dispuso que me quedara a cenar y dormir en la Mixta (debió comunicarlo al Campamento), pues al día siguiente debía continuar con la labor que todavía no estaba rematada. De esa forma entré en contacto con una cena mejor que la del Campamento (sopa y huevos fritos), cambié las pulgas (numerosas por las chinches (abundantes), la chabola con 16 compañeros, por un dormitorio comunal de unos 60-70, mal ventilado, que olía a demonios, y tras un confortable desayuno (café con leche y bocadillo) sentado en silla ante una mesa y no en el suelo como en el Campamento, hice intercambio del “momento gimnástico” que se realizaba en la arena de la playa por los reclutas en el Campamento por uno peculiar de la Mixta.
Según íbamos subiendo del comedor, situado en un plano inferior, al amplio patio central del Cuartel, el sargento de semana y el cabo iban “cazando” a los recién desayunados que en grupos de media docena por vehículo (camiones MG, comandos y jeeps) se tenía que irlos empujando hasta conseguir que arrancaran, puesto que ninguno de tales carruajes tenía arranque eléctrico; el conductor ponía la segunda marcha, apretaba el pedal del embrague y lo iba soltando de vez en cuando hasta que se conseguía que el motor empezará a funcionar. Aquello era un jolgorio de voces, risas y bromas pues algunos conductores accionaban el pedal del freno para hacer más oneroso el esfuerzo de los compañeros. Sin duda era un saludable ejercicio físico, al aire libre no contaminado, que permitía mantener a la tropa en buena forma física, pese a que dicho ejercicio no debía estar en manual alguno de enseñanza sino que provenía de las penurias de un ejército (el nuestro) que en Ifni estaba dejado de la mano de Dios, bueno, quiero decir del Gobierno de Franco que pese a haber pasado a la historia como un régimen dictatorial, fascista y militarista, tenía a la milicia (personal y material) en la más absoluta de las miserias.
Cuando a partir del 19 de Julio de 1961 pasé a incorporarme definitivamente a la Mixta hasta la licencia en el mismo mes de 1962, con los galones de cabo y la “desaparición” de las listas de servicios de los sargentos de semana tras la marcha del capitán Castilla y su sustitución por el también capitán Guerra, me tocó encabezar la “tabla de gimnasia” para dar ejemplo a los compañeros a los que poco (o nada) les impresionaban los galones ni mi honroso cargo de “cabo de Cuartel” cuando me tocaba por lista que elaboraba nuestro querido cabo Cremades, el furriel de la Compañía, actualmente Secretario-Tesorero de la Asociación de Veteranos de Ifni del Levante Español (AVILE) con el que compartimos estas “historietas” y otros muchos recuerdos de aquella lejana y querida juventud “uniformada” pero no alienada, ni mucho menos; todo lo contrario; alegre, patriótica, fraternal, entrañable y por encima de todo, generadora de amistades que perduran hasta nuestros días en los que incluso es capaz de engendrar otras con personas entonces desconocidas adornadas por el camello de Ifni (qué no era camello, sino dromedario) denominador común de la “familia” ifneña.
Y si pobre (aunque sano) era el método de arranque matinal de los vehículos que “nos mantenía en forma”, no menos indigente era la “técnica” para abastecerlos de combustible que debían gastar más de la cuenta ya que, una vez puestos en marcha no podían pararlos hasta el momento de aparcarlos al final de la jornada.
En el largo año en que estuve destinado en la Mixta recuerdo que periódicamente íbamos con un camión a recoger, en la playa, unos bidones con gasolina, del cupo que nos correspondía. El encargado de nuestra peculiar “estación de servicio”. Juan Antonio López, un joven voluntario, procedente de Albacete, que simultaneaba ese puesto con el de camarero en el casinillo de suboficiales llamado “Casa de España”, nos explicaba que unas veces dichos barriles iban medios llenos y otras veces llenos del todo. Si el estado de la mar no permitía el desembarco, desde el buque los lanzaban medio llenos al agua para que flotaran y la marea se encargaba de llevarlos a la playa; si por el contrario había bonanza, podían ser transbordados a los anfibios.
Juan Antonio, nuestro “gasolinero” tenía `por toda maquinaria un tubo de goma, sus pulmones y lo que se llama “ojo de buen cubero” para suministrar bencina a los vehículos, todos consumidores de gasolina y de un solo octanaje (creo). El método era sencillo: Introducía el tubo de goma en el barril, succionaba potentemente hasta que la gasolina fluía (le mojaba o llenaba la boca) y lo trasvasaba al depósito del vehículo, anotando en la ficha del mismo los litros suministrados para llevar una rudimentaria contabilidad de los recibidos y los despachados. Todo muy rudimentario pero que nunca le falló el balance final (según decía) pese a que también ponía gasolina gratis (¿había alguna propinita?) a jefes y oficiales que aparcaban en nuestro Cuartel y se evitaban “visitar” a la gasolinera de pago que “Atlas” tenía instalada en el territorio. Él, aquellos litros se los sumaba a otros coches o camiones oficiales y aquí paz y allí gloria, como se dice vulgarmente.
No puedo cerrar estas líneas sin destacar un apunte que guardo sobre Juan Antonio López y López, de pequeña estatura, muy delgado, que pese al feroz sol africano que todos soportábamos y nos tenía morenos-negros como moros autóctonos, él tenía una piel amarillenta, enfermiza, que sin duda se debían a los muchos litros de gasolina que a lo largo de meses y meses fueron pasando por su boca.