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El Cristo de los Legionarios de Ifni
Relatos - Relatos de la Mili |
Fuente: El Faro de Ceuta
Si en el mundo existe algún colectivo que sienta tanto fervor y tradición a la fe católica, expresada en este caso en la imagen de Cristo, estos son los legionarios. Para comprobarlo sólo hay que ver en la Semana Santa malagueña como con sus robustos brazos los legionarios llevan en andas a su Cristo, y cómo a su vez, miles de espectadores viven emocionados al contemplar ese bello paso, acompañado por el himno del “Novio de la Muerte” con el sentimiento de fe a su Cristo crucificado.
Con alguna frecuencia, auténticos ignorantes, que yo más bien llamaría licenciados en ‘resentimiento’, tratan de presentar la figura del militar como seres extraños y más lejos, hasta parásitos. Concretamente, en La Legión desde su creación, se puede comprobar la transfiguración de la vida, de su individualidad deshecha, maculada, la escoria que busca la expiación por medio del sacrificio, allí se redimían con esa alegría sana del desenfado, con gallardía y este glorioso cuerpo supo y sabe imponer en sus hombres desperdigados, rotos, forjando una silueta heroica y juvenil. Incluso, hasta el extremo de convertir a un malhechor en un caballero.Mejor lo explicaba uno que llegó al empleo de alférez de La Legión, y por más señas era inglés, así escribió: “La Legión es la fuerza más combativa del mundo; como inglés sólo puedo hablar de mi orgullo por haber servido en las filas de La Legión, mandar tales soldados fue una de las mayores experiencias de mi vida”. (Peter Kemp, catedrático. Universidad de Cambridge).
Por las filas del ejército, como en La Legión, pasaron diplomáticos, abogados, médicos y, en general, de todas las profesiones. Como soldados que fueron se enorgullecieron de ello. Ahí está esa gloria de las letras, Miguel de Cervantes, que fue soldado de Infantería de Marina, Otro célebre intelectual, Fernando María Castiella, soldado en la División Azul, diplomático que llegó a ministro; y muchos miles que vistieron con orgullo el uniforme de soldado y, que, por supuesto, no venían de otro planeta, venían del pueblo y al pueblo sirvieron.
Soy testigo porque lo viví en mi reemplazo de 1957, en la unidad que presté mis servicios, en el batallón de Infantería del Ministerio del Ejército, en la Compañía 6ª. Tuve como compañeros, cabos y soldados que eran abogados, econoLetras. Recuerdo a uno de ellos (hoy catedrático), musulmán de Tetuán, Jacob Hassan Benasayag, que libremente practicaba su religión, la cual todos respetábamos. Éramos todos compañeros con un mismo uniforme y bajo una misma bandera.
En las filas del ejército hay otros soldados que aún en aquellas fechas, sin apenas estudios, eran verdaderos artistas en sus más variadas profesiones, sin haber pasado por universidad alguna, ni por bellas artes. Sus manos realizaron verdaderas obras de arte que nada tienen que envidiar a quienes poseían un título. Es el caso de un soldado de Tiradores de Ifni, que en un tiempo récord talló la peana del Cristo en Sidi Ifni, la cual fue admirada por toda la guarnición de la plaza. Aquel Cristo llegó a la XIII Bandera a Sidi Ifni tras la petición de su teniente coronel jefe, ya que no tenían su imagen, que con tanto fervor le rinden honor los legionarios, pues la XIII Bandera llegaba a Sidi Ifni desde El Aaiún, donde tiñeron de sangre y gloria el Credo Legionario en el combate de Edchera.
Tres meses en tallar la peana
Juan Gallego Moreno era uno de los muchos jóvenes que para cumplir sus deberes con la Patria, le correspondió en su reemplazo el destino al África Occidental Española en Sidi Ifni, como destino el grupo de Tiradores de Ifni. Lo que quizás nunca pensó que su profesión de artesano le iba a deparar una bella tarea, la de plasmar con sus manos, su imaginación y tesón, la peana de aquel Cristo de la XIII Bandera de La Legión. Un hermoso trabajo, por el cual sería reconocido y felicitado por el teniente coronel jefe de la mencionada XIII Bandera.
Cierto día llegó al cuartel de Tiradores de Ifni la solicitud del teniente coronel jefe de la XIII Bandera, al coronel de Tiradores, al conocer la profesión de Juan Gallego Moreno, de si, voluntariamente, deseaba hacer una peana para el Cristo de dicha bandera legionaria.
El capitán de la compañía del soldado Juan Gallego Moreno llamó a este soldado y le comunicó lo antes dicho, si voluntariamente deseaba realizar esa peana del Cristo, sabiendo su profesión.
Tal como dijo este artesano no se lo pensó y le dijo al capitán que, efectivamente, aceptaba de buen gusto esa proposición porque así practicaría su profesión. Inmediatamente se trasladó al acuartelamiento de la XIII Bandera, presentándose al teniente coronel jefe de la misma. Con amabilidad el mencionado jefe le asignó una habitación individual, todas las herramientas y el material que le hiciese falta, y para realizar dicha peana el tiempo que fuese necesario, aunque le advirtió que lo que le pedía era que estuviese terminado para Semana Santa.
Por orden del teniente coronel se presentó un maestro carpintero para ayudarle en lo que fuere menester; siendo dicho maestro quien le facilitó las herramientas y materiales.
Manos a la obra, Juan Gallego Moreno comenzó su trabajo, a la hora que quería y cuando quería; de vez en cuando aparecía el teniente coronel jefe de la XIII Bandera para ver cómo iba su trabajo, y charlar amistosamente con este soldado. Cada vez quedaba más admirado de cómo iba perfeccionándose la peana del Cristo que tanto esperaban tener entre ellos, producto del trabajo de este soldado, orgulloso de ser español. Ello es así: “se consigue con respeto al caído, ayuda al desvalido, sin apego a comodidades, ni a las riquezas, ya que ni el traje, ni el cargo, ni la descendencia, son quienes dan el honor. Ello se adquiere con la conducta honrada y caballerosa”.
Aquel continuo esfuerzo y el amor que puso en su trabajo hizo realidad que a los tres meses la peana del Cristo estuviera montada en su paso y pudo desfilar en la Semana Santa. El teniente coronel de la Bandera, emocionado, felicitó a Juan Gallego Moreno. Le dedicó la foto del Cristo y le dio 500 pesetas, una fortuna hace más de treinta años. Hoy, aquel soldado de Tiradores, en una carta que me envió, desde Montblanc (Tarragona), sólo pide saber dónde está el Cristo, para poder verlo otra vez.