Estos son los primeros cinco capítulos de la autobiografía, inconclusa, que Adolfo Cano estaba escribiendo durante los meses anteriores a su fallecimiento. En ella cuenta sus vivencias desde su salida de Ifni, al finalizar el Servicio Militar Obligatorio, cumplido durante la Guerra de Ifni-Sáhara, de lo que dejó constancia en su libro titulado "Ifni 1957-1958. Sin memoria histórica" (Punto Rojo, 2017), pasando por la estancia en casa de sus padres en Valencia y su posterior exilio "voluntario" a Europa.
El prólogo a esta, por desgracia breve obra, lo pone el escritor y Abogado Manuel Jorques Ortiz, también soldado en Ifni, amigo de Adolfo y cofundador, junto con él y otros veteranos, de la asociación AVILE -de la que Adolfo fue su primer presidente-.
Estos capítulos se hacen públicos gracias a la generosa autorización de la viuda de Adolfo, que nos ha permitido publicarlos.
La Guerra de Ifni-Sáhara 1957-58. El autor del artículo relata la situación que vivieron muchos soldados que no eran de combate para reforzar a las tropas españolas
Pablo Treceño Campillo era cabo conductor. (Foto cedida) A raíz de los ataques de noviembre de 1957 a los territorios de Ifni y Sahara, las guarniciones de dichos territorios se vieron en principio impotentes para frenar los ataques de las Bandas Rebeldes a los puestos del interior, concretamente en el Sahara dichas Bandas Rebeldes llegaron hasta las afueras de la población de El Aaiún, donde los ataques eran principalmente por la noche.
Las primeras unidades que llegaron al Sahara fueron el Batallón de Infantería “Extremadura 15” desde Algeciras y el Batallón "Castilla 16" de Badajoz, ambos de infantería y también grupos de sanidad, Intendencia, Ingenieros, Sanidad Automovilismo y de Infantería de Marina, todos ellos para reforzar a las guarniciones del Sahara donde se hallaba la XIII Bandera de la Legión que posteriormente llegarían otras Banderas Legionarias, la IV Bandera y IX de la Legión.
Carmen Sevilla en Sidi IfniHoy se cumplen sesenta años del comienzo de la guerra de Sidi-Ifni. Aunque antes de esta fecha ya hubo movimientos hostiles por parte del movimiento del ejército marroquí, poniendo por delante al ejército de liberación mandado ocultamente por Mohamed V y su hijo Hasán II de Marruecos en el que estaban al frente bastantes voluntarios muy bien pagados por cierto.
El primer ataque fue al polvorín donde les hicieron frente unos cuantos del grupo de Tiradores. Se oían disparos y varios morteros cayendo desde muy cerca; haciéndoles frente también los tiradores que estaban de guardia. Aquí acudió la bandera de legionarios donde se formó la primera batalla llamada operación Diana.
Ifni 1957... Sidi Ifni 1958Pocas veces llegamos a interpretar el análisis de los hechos. Así, no pocas veces, hacemos razonamientos que, aun no siendo erróneos, no somos conscientes de que existe otra realidad, es por lo que...
Analizando la guerra de Ifni como la desarrollada en un territorio de unos 1.600 km2, incluida su capital Sidi Ifni ‒haciéndola parte de un todo‒, puedo decir que fue una guerra corta ‒cien días‒ y dura, sin omitir que fue algo extraña o muy extraña.
Aunque hubo algún movimiento hostil anterior al 23 de noviembre de 1957, de hecho el conflicto armado lo fue desde la madrugada del 23, cuando Marruecos, con su Ejército de Liberación (EdL), se propuso ocupar el territorio ‒Sidi Ifni incluido‒. El hecho de ser avisados por una filtración y que los nativos de la capital no se adhirieron al complot, hizo que lo que pudo ser otro Annual, no fuera más que un corto enfrentamiento.
Fortes, en el patio de la Mixta –sin gorra–, con el sargento Alonso y un trabajador de TalleresCuando durante el periodo de instrucción en el Campamento del Grupo de Policía "IFNI Nº 1" fui llamado para un examen en la Compañía Mixta afecta al Cuartel General, iba más contento que unas pascuas. Con la impresentable facha de recluta –pantalón corto, camisa, botas "segarra" y gorro cuartelero– marchábamos Eduardo Jardí Besa y yo –él para un examen de oficinista en la 1ª Compañía– con la esperanza de obtener un "destino" para evitarnos –hay que hablar con claridad– los duros servicios que los veteranos, con su mala uva habitual, nos pintaban de feroz e inhumano, me sentí bien acogido por el cabo Juan Torres Domarco –de Elche– y por el brigada Naveira que eran quienes llevaban la Oficina de Autos de la compañía, así como la Jefatura Provincial de Tráfico, todo ello bajo el mando del capitán Don Manuel Castilla Ortega, a quien también conocí aquel día. Al regresar al Campamento suponía que sería admitido pues me defendí admirablemente con la máquina de escribir, el brigada se identificó conmigo al constatar que ambos éramos hijos de ferroviario, mientras que el capitán a lo largo de su interrogatorio me parecía que daba cabezadas de asentimiento ante mis estudios de Derecho y mi titulo de funcionario del Estado, con destino en la Administración de Justicia.